domingo, 8 de diciembre de 2013

Productividad, consumismo y fuentes de energía

Desde el comienzo de la revolución industrial, la productividad de la mano de obra, es decir, la cantidad de bienes y servicios que se pueden producir por hora de trabajo, no ha dejado de crecer. El desarrollo de maquinaria cada vez potente y más sofisticada, la mejora de procesos productivos y, más recientemente, la gestión electrónica de la información y la automatización han permitido no ya auxiliar sino, cada vez más, sustituir el trabajo humano de manera que cada unidad de trabajo rinde más unidades de producto. Este ha sido el motor fundamental del enorme progreso material experimentado por las economías industrializadas.

Si esta tendencia continuara indefinidamente, podríamos alcanzar en un futuro más o menos cercano, un escenario en el que prácticamente todo el trabajo lo realizarían las máquinas: bastaría cierta supervisión humana para garantizar que todo el proceso productivo funciona como es debido. ¿Cómo funcionaría la economía en un escenario así? Al hilo de la viabilidad y la posible conveniencia de la renta básica universal, la economista Frances Coppola explora esta cuestión en The Wastefulness of Automation, un artículo publicado recientemente en el blog Credit Writedowns.
  
El escenario que nos pinta Coppola se articula a partir del hecho de que “los robots son fantásticos generando oferta”, es decir, produciendo, “pero no crean demanda”. Los empresarios estarán siempre interesados en aumentar la automatización, en la medida en que reduzca los costes de producción. Pero como consecuencia de su generalización, la demanda de empleo de las empresas se reduciría a unos pocos trabajadores altamente cualificados, los necesarios para supervisar el trabajo de los robots. Si la mayoría de la población queda desempleada ¿quién va a tener el poder adquisitivo suficiente para consumir lo que las empresas produzcan? El resultado es, de acuerdo con Coppola, una economía constreñida por el lado de la demanda que, aparentemente, no podría funcionar dentro de los parámetros de la economía de mercado vigente. Alrededor de este planteamiento, Coppola vierte varias reflexiones muy interesantes sobre la función de la economía, las debilidades del modelo socioeconómico actual o la ética del trabajo.

Sobre este mismo asunto de las consecuencias del incremento continuado de la productividad, pero en un tono menos futurista y más propositivo, John Quiggin ofrecía sus reflexiones, también muy interesantes, en el artículo The Golden Age. Prospects of a Keynesian Utopia, publicado en septiembre de 2012 en Aeon Magazine. La referencia de Quiggin es John Maynard Keynes, el influyente economista británico que marcó el pensamiento económico durante las décadas que siguieron a la Gran Depresión. En un escrito publicado en 1930, Economic Possibilities for our Grandchildren, Keynes pronosticaba que en unas pocas generaciones el incremento de la productividad del trabajo abriría la posibilidad de instaurar una sociedad del ocio, con jornadas laborales en el entorno de 15 horas semanales. Quiggin reconoce que implementar este modelo de sociedad exigiría cambios radicales en las estructuras económicas y en las actitudes sociales, pero considera que por el lado de la productividad la “utopía keynesiana” está al alcance de la mano.

El caso es que hasta ahora parece que las “estructuras económicas” no han requerido cambios radicales para dar salida al incremento continuado de la productividad. El desarrollo del llamado estado del bienestar ha supuesto algunos avances hacia una sociedad con más ocio: vacaciones, jubilación, retraso en la edad de empezar a trabajar, cierta reducción de la jornada laboral, etc. Pero la parte del león de la respuesta al incremento de la productividad se la ha llevado el aumento enorme de los estándares de consumo. En lugar de la sociedad del ocio que vaticinaba Keynes, hemos construido la sociedad de consumo. Un ejemplo entre mil: los electrodomésticos nos han liberado de muchas tareas domésticas, pero esto, lejos de servir para incrementar nuestro tiempo de ocio, ha servido para incorporar a la mujer al mercado laboral. Y con dos miembros de la familia trabajando se pueden comprar más electrodomésticos. Y contratar a una trabajadora doméstica, que podrá atender su casa además de las de sus clientes gracias a la presencia de electrodomésticos en todas ellas.

Así pues, no acabo de ver claro el postulado de Coppola. Si la tecnología del futuro permitiera que un sólo trabajador baste para supervisar el trabajo de unos robots que producen como diez trabajadores de hoy en día, bastaría con que cada persona esté dispuesta a consumir diez veces más para para que sean necesarios tantos trabajadores como hoy en día. ¿Habrá alguna resistencia a consumir más?¿Se puede saturar la demanda de consumo de bienes y servicios? Yo creo que no, especialmente en estos tiempos en los que la industria ha aprendido a cultivar nuestras necesidades con sofisticadas técnicas de marketing. Pensemos que para multiplicar de forma generalizada el nivel de consumo por diez (por ejemplo) tampoco haría falta inventar nuevos hábitos de consumo ni extravagancias de ningún tipo: con muy pocas excepciones (desde luego menos de un millar de personas en todo el mundo), cualquiera puede mirar hacia arriba en la escala social y encontrar a alguien disfrutando con toda naturalidad de un nivel de consumo diez veces superior al suyo.

Creo, pues, que podemos descartar una crisis del capitalismo forzada por la generalización de automatización como la que vaticina Coppola. Entonces, si Quiggin está en lo cierto, la crisis del capitalismo vendrá sólo si de alguna manera decidimos hacer los cambios radicales que nos llevarían a una sociedad de menos consumo y más tiempo libre: “Suponiendo que la utopía keynesiana fuera factible, ¿la querríamos?¿O preferiremos seguir persiguiendo más dinero para comprar más y mejores cosas?”. Se diría, pues, que no hay límites insalvables para el modelo actual de economía de mercado y sociedad de consumo. Que la economía puede transitar la senda del crecimiento por tiempo indefinido. ¿Es así?

Lo que Coppola y Quiggin pasan por alto, junto con tantos otros adscritos al terraplanismo económico perdominante, es que la producción de bienes y servicios requiere utilizar materia y energía. Y la producción de más bienes y más servicios requiere utilizar más materia y más energía. Al menos así ha sido siempre hasta ahora. Centrémonos en la energía. Tal como yo lo veo, el meollo del incremento de la productividad propiciado por la mecanización primero y por la automatización después consiste en el aumento de la capacidad de cada trabajador para aplicar energía al proceso productivo. Otro ejemplo entre mil: un labrador con su azada dispone sólo de su propia energía física para remover la tierra. Si utiliza un arado tirado por una yunta de bueyes entonces es capaz de aplicar el trabajo físico de los bueyes. Démosle un tractor y pondremos bajo su control la potencia de un motor de gasoil. Imaginémosle ahora con un sistema de tractores de última generación, con varias unidades robotizadas trabajando simultáneamente bajo su control... (suena a ciencia ficción, pero ya hay prototipos en esta línea: ver, por ejemplo, este vídeo).

En definitiva, a lo largo del último siglo y medio, el extraordinario progreso material en los países industrializados ha venido de la mano de un incremento continuado de la intensidad energética del trabajo. Y esto ha sido posible gracias a que durante ese periodo hemos aprendido a utilizar unas fuentes de energía extraordinarias y que hoy por hoy carecen de sustitutos claros: los combustibles fósiles. El progreso económico del mundo industrializado se puede ligar claramente al desarrollo de las tecnologías para aprovechar más y mejor el carbón, el petróleo y el gas natural. En este punto es donde yo veo que el modelo actual de economía de mercado y sociedad de consumo tiene su talón de Aquiles: los recursos energéticos fósiles son limitados. Hemos disfrutado de un subsidio energético fósil que está mostrando ya síntomas claros de agotamiento. Me parece más que probable que antes de una crisis de demanda en la línea de Coppola o antes de una crisis cultural y social hacia más tiempo libre y menos consumo material en la línea de Quiggin, nos encontremos con una crisis energética severa. Y lo más probable es que esta nos traiga una reducción forzada del consumo sin contrapartidas en tiempo libre. 

Fuentes:

El artículo de Frances Coppola se puede encontrar aquí:
https://www.creditwritedowns.com/2013/07/the-wastefulness-of-automation.html

El articulo de John Quiggin se puede encontrar aquí:
http://aeon.co/magazine/living-together/john-quiggin-keynesian-utopiav1/

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