domingo, 8 de diciembre de 2013

Productividad, consumismo y fuentes de energía

Desde el comienzo de la revolución industrial, la productividad de la mano de obra, es decir, la cantidad de bienes y servicios que se pueden producir por hora de trabajo, no ha dejado de crecer. El desarrollo de maquinaria cada vez potente y más sofisticada, la mejora de procesos productivos y, más recientemente, la gestión electrónica de la información y la automatización han permitido no ya auxiliar sino, cada vez más, sustituir el trabajo humano de manera que cada unidad de trabajo rinde más unidades de producto. Este ha sido el motor fundamental del enorme progreso material experimentado por las economías industrializadas.

Si esta tendencia continuara indefinidamente, podríamos alcanzar en un futuro más o menos cercano, un escenario en el que prácticamente todo el trabajo lo realizarían las máquinas: bastaría cierta supervisión humana para garantizar que todo el proceso productivo funciona como es debido. ¿Cómo funcionaría la economía en un escenario así? Al hilo de la viabilidad y la posible conveniencia de la renta básica universal, la economista Frances Coppola explora esta cuestión en The Wastefulness of Automation, un artículo publicado recientemente en el blog Credit Writedowns.
  
El escenario que nos pinta Coppola se articula a partir del hecho de que “los robots son fantásticos generando oferta”, es decir, produciendo, “pero no crean demanda”. Los empresarios estarán siempre interesados en aumentar la automatización, en la medida en que reduzca los costes de producción. Pero como consecuencia de su generalización, la demanda de empleo de las empresas se reduciría a unos pocos trabajadores altamente cualificados, los necesarios para supervisar el trabajo de los robots. Si la mayoría de la población queda desempleada ¿quién va a tener el poder adquisitivo suficiente para consumir lo que las empresas produzcan? El resultado es, de acuerdo con Coppola, una economía constreñida por el lado de la demanda que, aparentemente, no podría funcionar dentro de los parámetros de la economía de mercado vigente. Alrededor de este planteamiento, Coppola vierte varias reflexiones muy interesantes sobre la función de la economía, las debilidades del modelo socioeconómico actual o la ética del trabajo.

Sobre este mismo asunto de las consecuencias del incremento continuado de la productividad, pero en un tono menos futurista y más propositivo, John Quiggin ofrecía sus reflexiones, también muy interesantes, en el artículo The Golden Age. Prospects of a Keynesian Utopia, publicado en septiembre de 2012 en Aeon Magazine. La referencia de Quiggin es John Maynard Keynes, el influyente economista británico que marcó el pensamiento económico durante las décadas que siguieron a la Gran Depresión. En un escrito publicado en 1930, Economic Possibilities for our Grandchildren, Keynes pronosticaba que en unas pocas generaciones el incremento de la productividad del trabajo abriría la posibilidad de instaurar una sociedad del ocio, con jornadas laborales en el entorno de 15 horas semanales. Quiggin reconoce que implementar este modelo de sociedad exigiría cambios radicales en las estructuras económicas y en las actitudes sociales, pero considera que por el lado de la productividad la “utopía keynesiana” está al alcance de la mano.

El caso es que hasta ahora parece que las “estructuras económicas” no han requerido cambios radicales para dar salida al incremento continuado de la productividad. El desarrollo del llamado estado del bienestar ha supuesto algunos avances hacia una sociedad con más ocio: vacaciones, jubilación, retraso en la edad de empezar a trabajar, cierta reducción de la jornada laboral, etc. Pero la parte del león de la respuesta al incremento de la productividad se la ha llevado el aumento enorme de los estándares de consumo. En lugar de la sociedad del ocio que vaticinaba Keynes, hemos construido la sociedad de consumo. Un ejemplo entre mil: los electrodomésticos nos han liberado de muchas tareas domésticas, pero esto, lejos de servir para incrementar nuestro tiempo de ocio, ha servido para incorporar a la mujer al mercado laboral. Y con dos miembros de la familia trabajando se pueden comprar más electrodomésticos. Y contratar a una trabajadora doméstica, que podrá atender su casa además de las de sus clientes gracias a la presencia de electrodomésticos en todas ellas.

Así pues, no acabo de ver claro el postulado de Coppola. Si la tecnología del futuro permitiera que un sólo trabajador baste para supervisar el trabajo de unos robots que producen como diez trabajadores de hoy en día, bastaría con que cada persona esté dispuesta a consumir diez veces más para para que sean necesarios tantos trabajadores como hoy en día. ¿Habrá alguna resistencia a consumir más?¿Se puede saturar la demanda de consumo de bienes y servicios? Yo creo que no, especialmente en estos tiempos en los que la industria ha aprendido a cultivar nuestras necesidades con sofisticadas técnicas de marketing. Pensemos que para multiplicar de forma generalizada el nivel de consumo por diez (por ejemplo) tampoco haría falta inventar nuevos hábitos de consumo ni extravagancias de ningún tipo: con muy pocas excepciones (desde luego menos de un millar de personas en todo el mundo), cualquiera puede mirar hacia arriba en la escala social y encontrar a alguien disfrutando con toda naturalidad de un nivel de consumo diez veces superior al suyo.

Creo, pues, que podemos descartar una crisis del capitalismo forzada por la generalización de automatización como la que vaticina Coppola. Entonces, si Quiggin está en lo cierto, la crisis del capitalismo vendrá sólo si de alguna manera decidimos hacer los cambios radicales que nos llevarían a una sociedad de menos consumo y más tiempo libre: “Suponiendo que la utopía keynesiana fuera factible, ¿la querríamos?¿O preferiremos seguir persiguiendo más dinero para comprar más y mejores cosas?”. Se diría, pues, que no hay límites insalvables para el modelo actual de economía de mercado y sociedad de consumo. Que la economía puede transitar la senda del crecimiento por tiempo indefinido. ¿Es así?

Lo que Coppola y Quiggin pasan por alto, junto con tantos otros adscritos al terraplanismo económico perdominante, es que la producción de bienes y servicios requiere utilizar materia y energía. Y la producción de más bienes y más servicios requiere utilizar más materia y más energía. Al menos así ha sido siempre hasta ahora. Centrémonos en la energía. Tal como yo lo veo, el meollo del incremento de la productividad propiciado por la mecanización primero y por la automatización después consiste en el aumento de la capacidad de cada trabajador para aplicar energía al proceso productivo. Otro ejemplo entre mil: un labrador con su azada dispone sólo de su propia energía física para remover la tierra. Si utiliza un arado tirado por una yunta de bueyes entonces es capaz de aplicar el trabajo físico de los bueyes. Démosle un tractor y pondremos bajo su control la potencia de un motor de gasoil. Imaginémosle ahora con un sistema de tractores de última generación, con varias unidades robotizadas trabajando simultáneamente bajo su control... (suena a ciencia ficción, pero ya hay prototipos en esta línea: ver, por ejemplo, este vídeo).

En definitiva, a lo largo del último siglo y medio, el extraordinario progreso material en los países industrializados ha venido de la mano de un incremento continuado de la intensidad energética del trabajo. Y esto ha sido posible gracias a que durante ese periodo hemos aprendido a utilizar unas fuentes de energía extraordinarias y que hoy por hoy carecen de sustitutos claros: los combustibles fósiles. El progreso económico del mundo industrializado se puede ligar claramente al desarrollo de las tecnologías para aprovechar más y mejor el carbón, el petróleo y el gas natural. En este punto es donde yo veo que el modelo actual de economía de mercado y sociedad de consumo tiene su talón de Aquiles: los recursos energéticos fósiles son limitados. Hemos disfrutado de un subsidio energético fósil que está mostrando ya síntomas claros de agotamiento. Me parece más que probable que antes de una crisis de demanda en la línea de Coppola o antes de una crisis cultural y social hacia más tiempo libre y menos consumo material en la línea de Quiggin, nos encontremos con una crisis energética severa. Y lo más probable es que esta nos traiga una reducción forzada del consumo sin contrapartidas en tiempo libre. 

Fuentes:

El artículo de Frances Coppola se puede encontrar aquí:
https://www.creditwritedowns.com/2013/07/the-wastefulness-of-automation.html

El articulo de John Quiggin se puede encontrar aquí:
http://aeon.co/magazine/living-together/john-quiggin-keynesian-utopiav1/

domingo, 3 de noviembre de 2013

La fe de Milton Friedman

Creo que no me equivoco si digo que el modelo de mercado competitivo está en el centro de la teoría económica vigente. El modelo nos muestra el mercado como un sistema que se autorregula: la oferta y la demanda se ajustan a través de la formación del precio y de este modo se alcanza un equilibrio en el que los recursos disponibles se asignan a unas tareas productivas y no a otras de la manera más eficiente posible. Esto forma parte del bagaje básico de cualquier economista y, hoy por hoy, en versiones más o menos simplificadas, casi del de cualquier lego medianamente informado. En cambio, sobre el grado en el que el modelo constituye una representación completa de la realidad, es decir, del comportamiento de los mercados reales cuando se dejan evolucionar espontáneamente, creo que no hay tanto consenso. El modelo de mercado competitivo es muy atractivo (los modelos son así, ya se sabe): equilibrio, asignación eficiente de recursos, etc. Por eso, entre los economistas, cuanto mayor es la capacidad que atribuyen al modelo, más "pro-mercado" es la visión que tienen de la realidad.

En el extremo pro-mercado del espectro podemos situar, sin duda, al célebre economista y premio Nobel Milton Friedman (1912-2006). Así que su opinión sobre los problemas del agotamiento de los recursos, la carestía energética o los límites físicos al crecimiento, o sea, lo que viene siendo el tema de este blog, puede ser una referencia interesante. Y para conocer esa opinión creo que viene muy al caso una conferencia que pronunció en San Francisco en 1978, con el título The Energy Crisis: a Humane Solution.

La conferencia, muy interesante, está pronunciada en el tono de confianza y seguridad propios del que se sabe buen orador y además se considera en posesión de la verdad (incluso entre los autores de su descubrimiento, diría yo en este caso). Comienza con un brillante golpe de efecto. El lector que quiera oír la conferencia sin perderse la sorpresa puede saltarse el resto de este párrafo. El caso es que Friedman nos lee un texto escrito en 1865 por el célebre economista británico William Stanley Jevons en el que ha sustituido, sin advertir a la audiencia, la palabra "carbón" por la palabra "petróleo". Jevons estaba muy preocupado por cómo la supremacía económica del Reino Unido dependía de la abundancia de carbón, un recurso que consideraba, con acierto, agotable y, erróneamente, insustituible. El texto trucado, por tanto, suena a tremenda actualidad en 1978, con la primera crisis del petróleo todavía coleando. Cuando Friedman desvela la autoría y el truco el oyente no puede por menos que conceder que algo de ridículo hay en esa obsesión que tenemos algunos por el agotamiento de los recursos. 

Con esto, la audiencia queda preparada para recibir el núcleo duro de la línea argumental. Una línea argumental que, sucintamente y con un punto de ironía (para el que considero me da licencia el tono de la conferencia) vendría a ser como sigue. Los ingenieros y los científicos pueden esforzarse cuanto quieran en elaborar previsiones, más o menos objetivas o más o menos condicionadas por quién sabe qué intereses ocultos, sobre cuántas reservas nos quedan de tal o cual recurso y cómo de complicado va a ser encontrar sustitutos cuando se agote. Estas estimaciones tienen muy poco valor real. La cuestión clave reside en "lo que podríamos llamar la diferencia entre la forma de pensar de los economistas y la forma de pensar de los ingenieros". Porque si hacemos el análisis según la la forma de pensar de los economistas llegamos a conclusiones bien distintas y mucho más pertinentes. Por ejemplo: "desde un punto de vista económico, el petróleo no es un recurso agotable".

¿Cómo nos lleva la forma de pensar de los economistas (siempre según Milton Friedman) a esta sorprendente conclusión? Pues bien, lo primero que tenemos que saber es que según el modelo de mercado competitivo los precios de los activos reflejan toda la información disponible sobre el valor futuro de dichos activos. La formación del precio en un mercado constituye un "mecanismo de ajuste" en el que "está en el interés de cientos o miles de millones de personas hacer sus mejores conjeturas sobre el futuro, en el cual es innecesario tener ningún plan, en el cual se dispone de un mecanismo automático de ajuste a medida que los acontecimientos se desarrollan". Y una vez encumbrado el precio de mercado a la categoría de oráculo supremo, basta con comprobar que (en 1978) los precios del petróleo, o en general de la energía, han ido disminuyendo paulatinamente a lo largo de la historia reciente para certificar la inagotabilidad de estos recursos, al menos desde el punto de vista económico. Porque si un recurso es agotable, en el futuro será más escaso y, por tanto, más caro, así que aquellos que disponen de él preferirán no ponerlo en el mercado esperando esos precios más altos, lo cual se traduce en una menor oferta actual y, por tanto, en incremento de precio. Esto es lo que pasa con los cuadros de Rembrandt, nos dice Friedman, un recurso indiscutiblemente finito. Y a mí se me hace cuesta arriba asimilar la analogía entre una cosa tan sumamente prescindible para la mayoría de las personas, como es un Rembrandt, con otra tan sumamente necesaria para cualquier actividad económica, como es la energía. ¿Qué escenarios de precios futuros imaginan los actores del mercado si prevén un contexto de escasez acuciante de energía?

Eso sí, en el análisis de la evolución del precio hay que descontar los efectos manipuladores de los cárteles y los de las intervenciones perniciosas de los gobiernos. Y así Friedman dedica una buena parte de conferencia a explicarnos cómo la actuación de la OPEP a partir de 1973 encaja perfectamente con la lógica de funcionamiento de un cártel a la luz de la teoría económica y cómo décadas de política energética intervencionista del gobierno de Estados Unidos no han hecho sino empeorar el problema en ese país. Aquí voy a hacer una breve digresión, porque esta cuestión también me suscita una duda. La política económica de los Estados Unidos de América arrastra una larga tradición intervencionista, no sólo en las cuestiones energéticas, como bien ilustra Friedman en su conferencia, sino en muchos otros aspectos. Aún así, la larga historia de éxito económico de Estados Unidos es incuestionable. De hecho hoy en día sólo una economía parece amenazar su supremacía económica: China Y resulta que China tiene un gobierno tremendamente intervencionista. ¿Cómo se las apañan estas economías para crecer como lo hacen a pesar de la sobrecarga de sus gobiernos, tan empeñados en distorsionar los mecanismos del mercado?¿Tal vez la intervención de los gobiernos en la economía no sea necesariamente tan perniciosa?

En fin, retomando el hilo, Milton Friedman parece presentarnos el pensamiento económico como una forma de pensamiento superior, que permite refutar las predicciones agoreras de científicos e ingenieros preocupados por el problema de los recursos limitados. "La inventiva, los descubrimientos, la innovación" permiten "descubrir sustitutos para los recursos naturales, [...] aprender a utilizarlos de forma más eficaz, a reciclarlos". Siempre, por supuesto, que dejemos al mercado actuar para que el mecanismo del precio genere los incentivos adecuados. Que la inventiva, los descubrimientos y la innovación suelan venir de la mano de los mismos científicos e ingenieros cuyas preocupaciones debemos desoír no deja de resultarme paradójico.

M. King Hubbert, en un extenso estudio publicado en 1962 con el título de Energy Resources. A Report to the Committee on Natural Resources, predijo que la producción de crudo alcanzaría su techo hacia 1970 en Estados Unidos y hacia el año 2000 globalmente. En la reunión fundacional de la ASPO (Association for the Study of Peak Oil & Gas), en Uppsala (Suecia) en 2002, se concluyó que la producción mundial de crudo alcanzaría su techo en 2010 y que esto acarrearía graves problemas económicos a nivel mundial. Estas predicciones se han cumplido con bastante aproximación. Si aplicamos el tipo de análisis que nos propone Milton Friedman a la evolución de los precios del petróleo hoy, y no en 1978, creo que la conclusión no podría ser otra: desde un punto de vista económico, el petróleo sí es un recurso agotable. Los científicos e ingenieros que acabo de citar, y otros muchos, lo anticiparon con mucha más antelación. Ninguno de ellos se sirvió del pensamiento económico para sus análisis. Tal vez a partir de aquí se pueda profundizar un poco más en lo que, según Friedman, "podríamos llamar la diferencia entre la forma de pensar de los economistas y la forma de pensar de los ingenieros".

No sé si Milton Friedman tiene actualmente mucho peso académico entre los economistas, pero es uno de los "gurús" del neoliberalismo, una ideología que parece propugnar que el mercado es la única institución legítima en la que los ciudadanos podemos intervenir en los asuntos que nos afectan a todos, que nuestra capacidad de intervenir, entonces, consiste en manifestar nuestra disposición a comprar y vender bienes o servicios en función de nuestros intereses individuales y que, además, eso es lo que nos hace libres. Una ideología para la que los tiempos revueltos que estamos viviendo son terreno abonado: en muchos países avanzados los gobiernos se están viendo obligados a recortar en los servicios que tradicionalmente venían prestando, la política alcanza día a día cotas de descrédito más elevadas, gobiernos con una fuerte tradición democrática dedican esfuerzos enormes a una actividad de espionaje global que recuerda a los peores tiempos de la Stasi, con el pretexto de proteger nuestra seguridad. A mí me parece que muchos de los problemas que estamos atravesando podrían ser los síntomas de la crisis de una civilización que necesita crecer para funcionar pero que no puede crecer indefinidamente dentro de un sistema limitado. Y si así fuera, me temo que la fe en el mercado, como la de Milton Friedman, no nos va a sacar del apuro. 

Fuentes:

La conferencia de Milton Friedman puede verse aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=WjdJH-KrxKE
Las citas entrecomilladas de este artículo están tomadas de dicha conferencia, según mi propia traducción. 

domingo, 22 de septiembre de 2013

Siria, Egipto,... primavera árabe y petróleo

En Siria las protestas ciudadanas que se iniciaron en 2011 han degenerado en una guerra civil sangrienta que ya se ha cobrado más de 100.000 víctimas y cerca de dos millones de refugiados. El hecho de que una fracción de esas víctimas lo sean por uso de armas químicas podría servir de justificación para una intervención militar por parte de Estados Unidos. Una justificación que no deja de ser extraña y para mí francamente difícil de digerir: parece pasarse por salva sea la parte al 99% de las víctimas, masacradas por igual, pero solo con armamento convencional. 

En Egipto, dos años y medio después de que la movilización ciudadana propiciara el derrocamiento de un dictador y el establecimiento de un régimen democrático, el malestar social y los disturbios no dan tregua. El pasado julio, en medio de las protestas y el desorden civil, un golpe de estado militar depuso el gobierno salido de las urnas. Las víctimas del conflicto son ya más de 1.700.

Estos son ahora los casos más virulentos, pero la realidad es que dos años y medio después, el optimismo que dejaba traslucir la llamada "primavera árabe" parece haberse esfumado por completo. ¿Qué está pasando?¿A qué se debe este clima permanente de malestar social?¿Por qué, como en Egipto, una ciudadanía capaz de movilizarse, deponer a un dictador y establecer un régimen democrático no es capaz, en cambio, de encontrar un escenario de convivencia pacífica?

En enero de 2011, es decir, al principio de la crisis de Egipto, Gail Tverberg llamó mi atención con un artículo de su blog Our Finite World, en el que planteaba un punto de vista poco frecuentado en los medios. El gráfico 1 está sacado de dicho artículo y lo que muestra en relación con la situación previa a las revueltas es lo siguiente: la producción de petróleo de Egipto había disminuido paulatinamente desde el máximo de mediados de los años 1990, en tanto que el consumo interno no había dejado de aumentar, de manera que el saldo exportador se redujo rápidamente hasta prácticamente desaparecer en 2008. El declive continuado de la producción se puede intentar explicar de mil maneras, pero la razón última es geológica: aunque a algunos esto aún les resulte chocante, los yacimientos de petróleo tienden a agotarse a medida que se explotan. En cuanto al incremento del consumo, uno podría pensar que entre 1970 y 2009 los egipcios se convirtieron en unos manirrotos del petróleo. Lo cierto es que en ese periodo la población egipcia pasó de 36 a 80 millones de habitantes y el consumo per capita no creció más que en otros lugares con estándares más altos (por ejemplo, en relación con España, se mantuvo siempre entre 3 y 5 veces más bajo). 

Gráfico 1. Producción, consumo y saldo exportador de petróleo en Egipto. Fuente: Gil Teverberg 2011.

La lectura de Tverberg era clara: la desaparición del saldo exportador de petróleo había supuesto un empobrecimiento real y muy significativo de la población egipcia. Este hecho, prácticamente omitido en los análisis, podía tener un peso importante en el desarrollo de los acontecimientos. Y, desde luego, el hecho de que el cambio político logrado en febrero de 2011 (caída de la dictadura y establecimiento de la democracia) no haya traído nada parecido a la calma parece corroborar que el problema puede tener ingredientes más allá de la política. 

La fuente de los datos que Tverberg presentaba en el gráfico era el BP Statistical Review, que sólo proporciona datos de consumo para unos pocos países árabes. Sin embargo, tirando de la reciente publicación de los datos de la US Energy Information Adminsitration la misma Tverberg incluye el gráfico siguiente en un artículo publicado este mes de septiembre en Our Finite World:


Gráfico 2. Producción y consumo de petróleo en Siria. Fuente: Gail Teverberg 2013.

¿Qué vemos en este gráfico? Pues tres cuartos de lo mismo: el declive de la producción desde mediados de los 1990 (insisto: los yacimientos de petróleo no son inagotables) y el aumento sostenido del consumo acaban por dar al traste con dos décadas de auge exportador. Este proceso, sean cuáles sean las virtudes o los defectos de las instituciones económicas sirias, ha tenido que suponer un empobrecimiento real, profundo y rápido de la población. Qué papel ha podido tener este empobrecimiento en el desarrollo de los acontecimientos que han derivado en la actual guerra civil es una cuestión que no creo que se deba pasar por alto. Por cierto, la debacle económica provocada por la guerra se aprecia claramente en el gráfico en forma de caídas bruscas tanto de la producción como del consumo de petróleo en los dos últimos años.

En este punto, a mí me pide el cuerpo mirar qué pasa con el petróleo en los otros países donde la primavera árabe ha arraigado con fuerza. En Yemen, Túnez y Libia, como en Egipto, las movilizaciones lograron un cambio de régimen. Para Yemen, el artículo de Tverberg proporciona el gráfico 3 siguiente. La coincidencia con Siria y Egipto es sorprendente.

Gráfico 3. Producción y consumo de petróleo en Yemen. Fuente: Gail Teverberg 2013.

Bueno, hasta aquí parece que hay un patrón claro. Algunos países árabes han disfrutado durante dos o tres décadas de una renta petrolera más o menos holgada que ha permitido a sus poblaciones acceder a niveles crecientes de prosperidad. En estas condiciones, los gobiernos totalitarios de esos países han tenido mucho más fácil mantener la calma social necesaria para continuarse en el poder. La desaparición relativamente rápida de esta renta, debida a la imposibilidad geológica de mantener los niveles necesarios de producción de petróleo, habría propiciado el clima de malestar social y deseo de cambio origen de los movimientos revolucionarios. El cambio político por sí sólo no puede revertir la situación de empobrecimiento, lo que ayudaría a explicar la persistencia de los disturbios después de la caída del dictador en Egipto. 

La teoría sería mucho más potente si en Túnez y Libia encontráramos el mismo patrón. Supongo que la realidad es mucho más complicada, porque la verdad es que no es el caso. En Túnez la producción de petróleo, aparentemente en un lento declive desde 1980, ha sido siempre relativamente menos importante. No dispongo de datos de consumo para comparar, pero no es esperable que la exportación de petróleo haya tenido un peso determinante en la prosperidad del país (ver gráfico 4).


Gráfico 4. Producción de petróleo en Túnez. Fuente: elaboración propia a partir de datos de BP Statistical Review of World Energy 2013.

Y el caso de Libia, finalmente, es completamente distinto. Con producciones sostenidas en el entorno de 1,5 millones de barriles diarios, Libia tiene capacidad para mantener un saldo exportador muy importante así que, lejos de empobrecerse, el país ha debido incrementar notablemente sus ingresos en los últimos años gracias a la subida del precio del petróleo. Sin embargo, el caso libio es muy interesante por otra circunstancia que también lo distingue: hasta el momento, Libia es el único país envuelto en la primavera árabe en el que las potencias occidentales han intervenido de forma decidida apoyando militarmente el cambio de régimen. En este punto no puedo evitar pensar en otra circunstancia más que hace especial a Libia: 
entre los países árabes con capacidad clara de exportación de petróleo, Libia es el único que antes de la primavera árabe no estaba alineado con las potencias occidentales (ya fuera voluntariamente o mediante ocupación militar). Tal vez la voluntad de apoyo a una ciudadanía en lucha contra un dictador no haya sido la motivación principal de la intervención en Libia. Tal vez el uso de armas químicas por parte del régimen de al-Assad sea solo un pretexto para una posible intervención en Siria. Tal  vez. "En general me gusta saber por qué combatimos" dice Obelix en una viñeta de Asterix y el Caldero en la que toca liarse a tortas cuando todavía no se ha enterado de por qué. A mí, en general, me gustaría saber de verdad por qué intervenimos cuando nuestros gobiernos o los de nuestros aliados deciden involucrarnos en alguna guerra.

Fuentes:

El blog de Gail Tverberg Our finite World se encuentra en http://ourfiniteworld.com/
Los artículos de los que he tomado los gráficos son:
What Lies behind Egypt's Problems (29 de enero de 2011)
Oil and Gas Limits Underlie Syria’s Conflict (9 de septiembre de 2013)

Los datos para el gráfico 4 se han tomado del BP Statistical Review of World Energy 2013 que se puede descargar aquí:
http://www.bp.com/en/global/corporate/about-bp/statistical-review-of-world-energy-2013.html


martes, 23 de julio de 2013

La revolución energética de Iván Martén

Iván Martén, uno de los 25 consultores más influyentes de este año según el ranking de la revista Consulting, decía en una conferencia pronunciada en el 9th Annual Global Energy Summit (noviembre de 2012) que el desafío para el suministro de energía del futuro consiste en lograr el equilibrio entre tres objetivos dispares: coste, disponibilidad y sostenibilidad. Y a continuación hablaba de la "revolución energética" que necesariamente ha de producirse para alcanzar este equilibrio  Si esta revolución energética no llega no habrá manera de satisfacer la demanda creciente de de una economía global creciente. Y yo creo que es verdad: la economía, aunque podemos definirla de maneras mucho más glamurosas, consiste básicamente en transformar o mover cosas, información o personas y nada de esto puede hacerse si no es consumiendo energía primaria.

Tal como yo lo veo, la situación actual es el resultado de una revolución energética anterior y muy distinta: la que nos permitió, en la segunda mitad del siglo XX, quintuplicar el consumo de energía primaria y casi triplicar el consumo de energía primaria por habitante. Sin ese enorme "crecimiento energético" el crecimiento económico experimentado en estas últimas décadas habría sido imposible.
Gráfico 1. Evolución de consumo global de energía primaria desglosado por fuentes.

Durante todas esas décadas de milagro energético y económico no hubo mucha preocupación por conciliar coste, disponibilidad y sostenibilidad de la energía. ¿Por qué? Pues porque durante esas décadas tuvimos a nuestra disposición unas fuentes de energía baratas y abundantes y en apariencia sostenibes: los combustibles fósiles. Como se ve en el gráfico anterior, el carbón pero sobre todo el petróleo y el gas natural son los protagonistas indiscutibles del boom energético de la segunda mitad del siglo XX. Y, en efecto, salvo crisis esporádicas, el precio de estos combustibles se mantuvo en niveles más que asequibles durante esas décadas, la disponibilidad estaba asegurada por una tasa de descubrimientos que superaban claramente el consumo y, aunque algunos visionarios lo anticiparan ya desde los años 1970, los efectos sobre el clima que podían derivarse de las emisiones masivas de CO2 no preocupaban en absoluto.

Pero nos guste o no, este escenario de cornucopia energética se está esfumando rápidamente. La energía de los combustibles fósiles ya no es barata: basta con ir a la gasolinera a llenar el depósito o, por tener una perspectiva más general, con echar un vistazo a la evolución del precio del petróleo durante las últimas décadas. Tampoco es ya abundante, al menos en relación con las necesidades enormes de nuestra civilización: desde 2005 la producción global de petróleo apenas ha aumentado, y los magros incrementos han sido a base de explotar con esfuerzo creciente yacimientos de calidad decreciente. Y, desde luego, en sostenibilidad suspende estrepitosamente: sabemos sin asomo de duda que el consumo masivo de combustibles fósiles está alterando la composición de la atmósfera y también, sin margen para la duda razonable, que eso está causando alteraciones potencialmente devastadoras en el sistema climático.

Gráfico 2. Evolución estimada de la concentración de CO2 atmosférico desde 1700.


Y aquí es donde nos encontramos ahora. Tenemos una economía de proporciones históricas sirviendo, mejor o peor según los casos, a una población también de proporciones históricas (ver gráfico 3). Es decir, estamos transformando y moviendo cantidades enormes de cosas, información y personas. Y todo este tinglado lo hemos edificado sobre la base de unas fuentes de energía baratas, abundantes y sostenibles que ya no son ninguna de las tres cosas. Tiene razón el señor Martén: necesitamos una revolución energética.


Gráfico 3. Evolución histórica de la población mundial. Fuente: Earth Web Site.

¿Lograremos tal revolución? ¿Alcanzaremos un equilibrio entre disponibilidad, coste y sostenibilidad que nos permita seguir atendiendo las necesidades de una población creciente que aspira a un nivel de vida creciente?. Iván Martén nos propone un ejemplo positivo: el reciente boom del gas de esquisto (shale gas) en Estados Unidos. En efecto, una innovación tecnológica, la fractura hidráulica o fracking, ha hecho accesibles enormes yacimientos de gas natural antes inviables. Como resultado, la producción de gas natural en Estados Unidos ha crecido enormemente en los últimos años. Además, el precio que los consumidores estadounidenses pagan por el gas natural no ha dejado de bajar en esos mismos años. Y, finalmente, el gas natural es un combustible mucho más limpio que el carbón, al que está remplazando en sectores como el de la generación de electricidad. Es decir: disponibilidad, coste y sostenibilidad en equilibrio, al servicio de los afortunados ciudadanos de Estados Unidos, todo ello gracias a la inagotable capacidad de innovación del ser humano.

Pues bien, aquí es donde a mí me entra el desasosiego. Porque me parece que en el relato de Iván Martén sobre el boom del shale gas faltan unas cuantas cosas relevantes. Por ejemplo: los pozos explotados mediante fracking tienen una tasa de agotamiento altísima, en general entre el 40% y el 60% anual. Así pues, aunque el subsuelo de Estados Unidos aloje cantidades enormes de gas natural atrapado en los poros de rocas esquistosas, extraerlos a buen ritmo exige mantener el frenesí perforador de los últimos años. La disponibilidad, pues, queda un tanto en entredicho. Esto, naturalmente, incide en el coste. Es cierto que en 2012 (ya no) los consumidores estadounidenses pagaban por el gas natural los precios más bajos de la última década pero no está nada claro que estos precios hayan sido realistas. Parece más bien que las restricciones del gobierno federal a la exportación, el déficit de infraestructuras para realizarla y los incentivos gubernamentales a la producción de shale gas propiciaron un exceso de oferta que desplomó los precios, que en los últimos meses se están recuperando. Los productores, mientras tanto, han estado "perdiendo hasta la camisa", según declaró hace poco más de un año Rex Tillerson, CEO de Exxon Mobil (bueno, de acuerdo, tal vez de forma interesada).

Y nos queda la sostenibilidad. Aquí las omisiones en el relato de Martén son clamorosas. En primer lugar, el gas natural es, como el carbón, un combustible fósil así que su uso a gran escala supone inevitablemente emisiones de CO2 a gran escala, aunque sean menores que las del carbón al que se supone que está sustituyendo. Aunque tal sustitución, desde un punto de vista global, no está tan clara: el carbón de Estados Unidos se sigue extrayendo, pero ahora se exporta a China, donde no tienen ningún reparo en usarlo, también masivamente, para producir electricidad. Más aún, según un artículo publicado en Nature en enero de este año, varios estudios señalan que las pérdidas de metano que conlleva la extracción de gas de esquisto mediante fracking contribuyen al efecto invernadero más que el CO2 que se deja de emitir por sustitución del carbón en la generación de electricidad. Y no olvidemos que la producción de combustibles no convencionales tiene un rendimiento en energía neta mucho menor que la de los convencionales y esto también contrarresta de forma significativa el supuesto beneficio ambiental frente al carbón. Por otra parte, todo esto se refiere sólo a las emisiones de CO2, pero tampoco podemos pasar por alto que existen dudas fundamentadas sobre los riesgos de contaminación de acuíferos que reviste la tecnología de fracking.

Creo que el diagnóstico de Iván Martén es correcto: nuestra civilización tiene por delante un reto tremendo relacionado con la energía. También creo que acierta en el tratamiento: desarrollo de las renovables y mayor eficiencia energética (lo cierto es que por el momento no tenemos muchas más opciones). Pero en el pronóstico, a juzgar por su valoración del "éxito" del gas de esquisto en Estados Unidos, percibo ese exceso de confianza según el cual podemos esperar que los avances tecnológicos nos saquen de esta sin tener que renunciar a nada de nuestro modo de vida ni a su propagación entre los miles de millones que todavía no lo disfrutan. Llámenme pesimista pero dado que nuestro modo de vida sólo se sostiene si la economía crece de forma continuada, a mí me parece mucho más realista un pronóstico reservado.

Fuentes:

La conferencia de Iván Martén está aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=2PmU0a5rXWw

El gráfico de consumo de energía primaria está en un artículo del blog The Oil Drum aquí:
http://www.theoildrum.com/node/8936

El gráfico de concentración de CO2 se a tomado de la web The Keeling Curve:
http://keelingcurve.ucsd.edu/

La dirección de Earth Web Site, de donde se ha obtenido el gráfico de población mundial, es:
http://www.theglobaleducationproject.org/earth/index.php

La cita de Rex Tillerson está tomada de aquí:
http://www.marketwatch.com/story/exxon-ceolosing-our-shirts-on-natural-gas-price-2012-06-27 

martes, 30 de abril de 2013

La insoportable levedad del abecé de los recursos escasos

¿Qué le pasa a una economía cuando un recurso se hace escaso? Esta es la respuesta que suelen dar los economistas:

"Cuando se produzca una escasez en un recurso, subirá gradualmente el precio de la materia prima correspondiente y como consecuencia (a) se generarán sustitutos, (b) se usará menos de esa materia prima por incrementos de eficiencia y (c) se encontrarán nuevas fuentes de materia prima, no accesibles al precio anterior".

Y seguramente es una respuesta acertada. El problema surge, o al menos yo así lo veo, cuando se utiliza para para refutar la posibilidad de que el agotamiento de los recursos naturales pueda limitar el crecimiento económico. Esto sucede con frecuencia. En general, el economista de turno te suelta el "abecé" y se queda tan ancho, convencido de que, como él, tú también te percatas del corolario inmediato: (d) colorín colorado, la escasez se ha terminado. Si, como me sucede a mí, uno percibe claramente que de ninguna manera (d) se infiere lógicamente de  (a), (b) y (c), el resultado es, fácilmente, quedarse pasmado. Tan pasmado como si un médico nos diera una explicación sencilla de cómo funciona el sistema inmunitario y a continuación añadiera que, en consecuencia, no debemos preocuparnos por los procesos infecciosos. - Pero doctor, la herida tiene muy mal aspecto y el paciente está delirando de fiebre... - Nada, nada, será la mala alimentación...

Una de las últimas veces que he encontrado el abecé de los recursos escasos empleado de ese modo por un economista de prestigio fue en un artículo de Luis Garicano en el blog Nada es Gratis (de ahí he transcrito la versión del abecé citada). Luis Garicano me viene bien por esta otra cita que tomo de un artículo suyo publicado en El País el día 21 pasado:

"Marzo ha sido un mes desolador para la eurozona, incluida España. Esta semana hemos sabido que las matriculaciones de vehículos del primer trimestre cayeron un 13% en Alemania, un 12% en España y un 10% en Europa, comparadas con el primer trimestre del año pasado. [...]"

Las afirmaciones como esta también me dejan pasmado. En España, que yo sepa, casi nada o casi nadie deja de ser transportado por falta de vehículos. En algunas regiones, como Madrid, donde vivo, las calles y autovías están atestadas de vehículos casi a todas horas de manera que el transporte muchas veces se ve entorpecido por exceso de vehículos. El tráfico es, de hecho, una de las principales causas de un problema serio de contaminación del aire que ya afecta de forma palpable a la salud de los madrileños. En definitiva: no necesitamos más vehículos. En estas condiciones, ¿por qué es una mala noticia (incluso desoladora) que las matriculaciones del trimestre hayan sido sólo el 88% de las que hubo hace un año?. Me parece que la respuesta es tan clara como reveladora: la economía tiene que crecer. Que sea a base de producir los bienes y servicios que nos facilitan una vida más confortable, o a base de producir vehículos que no necesitamos o nuevas variedades de comida basura o minas antipersonal, parece irrelevante.

A mí esta incapacidad para funcionar si no es creciendo a costa de lo que sea me parece una enfermedad de nuestro sistema económico y, en tal caso, la mayoría de los economistas se estarían comportando como el médico del chascarrillo anterior: ignorándola más o menos deliberadamente. Tal vez influya en esto el hecho de que las ciencias económicas no disponen de ninguna clase de "antibióticos" para esta supuesta enfermedad, así que reconocerla llevaría consigo admitir la incapacidad para tratarla. Como ya he apuntado en otro sitio, me parece plausible explicar esta carencia considerando que las ciencias económicas se han desarrollado durante un periodo de la historia que ha conocido un crecimiento económico sin precedentes. De este modo, las ciencias económicas resultantes son, en realidad, las ciencias de la economía en crecimiento. Un crecimiento que, además, ha permitido a unas cuantas sociedades alcanzar unos niveles de prosperidad también desconocidos hasta el momento, con lo cual resulta difícil no concebirlo como algo intrínsecamente bueno.

Afortunadamente todos los médicos reconocen y saben tratar las enfermedades infecciosas y afortunadamente algunos economistas se dan perfecta cuenta de la finitud de los recursos y los límites del crecimiento. Luis Garicano me viene bien otra vez porque es profesor en la prestigiosa London School of Economics, y esto me da pie a introducir el Grantham Research Institute on Climate Change and the Environment, un centro de investigación adscrito a dicha institución. El centro lleva el nombre de su fundador y patrocinador principal, Jeremy Grantham, un profesional de la economía curtido durante décadas en la gestión de inversiones (actividad con la que, además, se ha hecho rico) y que se ha ganado cierta reputación por su capacidad para anticipar burbujas financieras. Desde hace más de una década, sin embargo, la crisis venidera que le preocupa de verdad no es financiera sino ambiental: la crisis del clima y los recursos naturales. De ahí que esté comprometiendo buena parte de su patrimonio personal patrocinando fundaciones como el Grantham Research Institute de la LSE. Un reciente artículo sobre él aparecido en The Guardian (12 de abril) cita una declaración suya que creo que sirve muy bien para hacerse una idea de su posicionamiento:

"El capitalismo hace millones de cosas mejor que sus alternativas. Equilibra la oferta y la demanda de una manera elegante a la que la planificación centralizada no ha llegado siquiera a aproximarse. Sin embargo, está completamente mal equipado para tratar con un pequeño puñado de asuntos. Por desgracia, se trata de los asuntos que son absolutamente centrales para nuestro bienestar a largo plazo e incluso nuestra supervivencia(mi traducción)

Pues bien, el motivo de traer a colación a Jeremy Grantham es un profuso artículo suyo que se publicó ahora hace dos años, significativamente titulado Time to Wake Up: Days of Abundant Resources and Falling Prices Are Over Forever (Hora de despertar: los días de recursos abundantes y precios a la baja se han acabado para siempre). Escrito con el enfoque de un profesional de las inversiones en materias primas, nos pinta un panorama sobre la escasez de recursos bastante distinto de la de los optimistas del abecé. Efectivamente, cuando un recurso escasea su precio sube, y según el análisis de Grantham, la escasez es la razón principal del reciente cambio de tendencia en el precio de casi todas las materias primas esenciales. Lo ilustra el gráfico siguiente, extraído de su artículo. 
Al parecer, el resultado de una tendencia secular a la baja en los precios propiciada por la mejora progresiva de la productividad se habría esfumado en poco más de una década debido, con toda probabilidad, a la presión combinada de una demanda creciente (la población mundial se ha doblado en menos de 50 años) y una disponibilidad en general decreciente. 


Tomado de Grantham, Time to Wake Up...

El artículo pasa revista a varios de los recursos sometidos a esta presión: petróleo, metales y productos agrícolas. Sobre el petróleo he hablado ya mucho en otros artículos de este blog y el problema de los productos agrícolas merecería unos cuantos más. En cuanto a los metales, reproduzco otro gráfico que me parece muy ilustrativo. La riqueza media del mineral de cobre que se explota ha bajado de un 0,77% a un 0,55% en 15 años. Es decir, para obtener el cobre que rendían 100 tonelada de mineral en 1995 ahora es necesario extraer y procesar 140 toneladas. Y esto hay que hacerlo en un contexto de precios energéticos mucho más altos. El precio del cobre está sujeto, sin duda, a movimientos especulativos, pero al margen de estos el coste real, la cantidad de recursos que tenemos que destinar a obtener cada tonelada de cobre, es hoy mucho mayor que hace 15 años.


Tomado de Grantham, Time to Wake Up...

Con el análisis de Grantham en la mano es difícil descartar la posibilidad de que estemos entrando en una época de escasez general de recursos, especialmente en términos relativos a la demanda de una población creciente que aspira a un nivel de vida creciente (o, en el caso de cientos de millones de personas, simplemente a salir de la miseria). Pues bien, efectivamente si los recursos escasean el precio de las materias primas subirá y entonces (a) se generarán sustitutos, (b) se incrementará la eficiencia y (c) se encontrarán nuevas fuentes. Pero si la escasez afecta de forma simultánea a varios recursos esenciales, algunos tan esenciales como el petróleo, me temo que además de (a), (b) y (c) también tendremos cosas como (d) se matricularán menos vehículos y (e) se producirán otras muchas noticias desoladoras para la economía.

Y en tanto los economistas no sean capaces de abandonar el paradigma terraplanista de los recursos ilimitados (o, al menos, no limitantes), me temo también que no van a ser capaces de ayudarnos a salir del atolladero. Los terraplanistas de la LSE bien podrían darse una vuelta de vez en cuando por el Grantham Research Institute para intercambiar impresiones, a ver si así les llega su hora de despertar.

Fuentes:

Artículo de Luis Garicano en Nada es Gratis, de 18-11-2012:
http://www.fedeablogs.net/economia/?p=26234

Artículo de Luis Garicano en El País, de 21-04-2013, titulado Esperando a Godot-Draghi:
http://economia.elpais.com/economia/2013/04/19/actualidad/1366365953_382283.html

El artículo sobre Jeremy Grantham en The Guardian, 12 de abril de 2013:
http://www.guardian.co.uk/environment/2013/apr/12/jeremy-grantham-environmental-philanthropist-interview?INTCMP=SRCH

El artículo de Jeremy Grantham Time to wake up ... (29 de abril de 2011) puede encontrarse en Resilience y en The Oil Drum:
http://www.resilience.org/stories/2011-04-29/time-wake-days-abundant-resources-and-falling-prices-are-over-forever
http://www.theoildrum.com/node/7853

sábado, 20 de abril de 2013

El legado de Margaret Thatcher

Margaret Thatcher es, sin duda, uno de los personajes más relevantes de la historia política del último cuarto del siglo XX, y también uno de los más controvertidos. Con su reciente fallecimiento han proliferado declaraciones y artículos de opinión sobre su figura y es curioso comprobar como, por lo general, no hay medias tintas: partidarios entusiastas y detractores acérrimos se reparten a partes iguales. Esto es así especialmente cuando se trata su política económica, eso que se dio en llamar "thatcherismo", una política decididamente liberal en el sentido de adelgazar el estado y reducir en todo lo posible su intervención en la economía. Los partidarios ven en el thatcherismo la receta infalible de la prosperidad, la que adquirió en Reino Unido gracias al gobierno de Margaret Thatcher y también la que podría alcanzar cualquier sociedad que aplicara esas políticas. Los detractores, en cambio, la consideran la raíz de todos los males, generadora de injusticia social y acicate para la especulación financiera, esa que, en última instancia, habría desencadenado la actual crisis de deuda.

Lo que propongo aquí es un modesto análisis sobre la tesis que relaciona la política económica de Margaret Thatcher con la prosperidad en el Reino Unido. Tengo que advertir desde ya que el análisis se basa más en datos que en argumentos. Me mueve seguramente cierto afán de originalidad: los argumentos predominan claramente sobre los datos en lo que yo he leído al respecto. Supongo que también es un intento de evitar meterme en demasiados berenjenales. Allá voy.

Para bien o para mal, la magnitud que por sí sola se considera más relevante para medir el desempeño de una economía es el crecimiento económico. No hay más que oír a nuestros líderes actuales prometer y prometer la vuelta a una senda del crecimiento que no se acaba de materializar ni, salvo que uno ponga mucha buena voluntad, siquiera vislumbrar. Así pues, si las políticas de Margaret Thatcher promovieron la prosperidad en el Reino Unido, me parece lícito esperar señales de mayor crecimiento económico asociadas a su mandato. Para intentar encontrar tales señales he elaborado el gráfico siguiente.

Gráfico 1. Reino Unido: crecimiento anual del PIB en %, 1970 - 2011. Se señalan en color verde los años del mandato de Margaret Thatcher: 1979 (desde mayo) a 1990 (hasta noviembre).

Pues bien, a primera vista no se aprecia ninguna tendencia especial a un mayor crecimiento durante los años del thatcherismo. El promedio de los crecimientos anuales en los años de Margaret Thatcher es de 2,32% mientras que en el resto de años para los que presento datos es de 2,35%: la diferencia es insignificante (he contado el año 1979 en ambos promedios, por eso de que sólo es "año de Thatcher" a partir de mayo). En 7 de los 42 años del conjunto, es decir, 1 de cada 6, hay decrecimiento. Dos de esos años de crecimiento negativo se cuentan entre los casi 12 del mandato de Thatcher, manteniendo graciosamente la misma proporción de 1 a 6. Aunque en esto ultimo los partidarios podrían alegar, con razón, que los crecimientos negativos de 1980 y 1981 no son atribuibles a las políticas del gobierno de Thatcher, que no podían haber dado fruto todavía. Pero en tal caso, podrían replicar los detractores, el crecimiento negativo de 1991 y el casi nulo de 1990 y 1992 sí habría que atribuirlos a esas políticas.

De momento los datos no parecen indicar ninguna relación entre thatcherismo y prosperidad. Pero tal vez no estamos siendo del todo justos. Por ejemplo: debido a la fuerte subida del precio del petróleo en 1979, los años 1980 y 1981 son años de recesión en casi todo el mundo. (Me permito un inciso: sí, las subidas del precio del petróleo causan recesiones. Los años 1974 y 1975 también fueron malos en general por la subida del precio del petróleo de 1973). A lo mejor es mucho pedir que una política económica propicie el crecimiento incluso cuando el resto del mundo está en recesión. Tal vez sea más ilustrativo evaluar el desempeño de la economía británica en términos comparativos: ¿hay signos de que las políticas de Thatcher propiciaron un mayor crecimiento en en el Reino Unido que en otras economías del entorno?.

El gráfico 2 es similar al anterior pero no muestra el crecimiento anual de la economía del Reino Unido sino la diferencia entre este y el crecimiento combinado de las economías de Alemania, Francia e Italia. Estas son, junto con la del Reino Unido, las economías más grandes de Europa Occidental y, por tanto, me parecen rivales a medida.


Gráfico 2. Diferencial de crecimiento anual de PIB (%) entre el Reino Unido y las economías combinadas de Alemania, Francia e Italia. Se señalan en color verde los años del mandato de Margaret Thatcher: 1979 (desde mayo) a 1990 (hasta noviembre).  

Veamos que nos dice el gráfico 2. Entre 1971 y 1981 la economía del Reino Unido iba bastante por detrás de las de sus contrapartes continentales y claramente sufrió más que estas en las recesiones de 1974-75 y 1980-81. Los partidarios pueden atribuir el mal desempeño comparativo de todos estos 11 años a las políticas económicas previas, incluso teniendo en cuenta que Margaret Thatcher se mudó al 10 de Downing Street en mayo de 1979. El panorama cambia a partir de 1982: el Reino Unido encadena 7 años consecutivos de crecimiento por encima de lo que se podía considerar normal en el núcleo de Europa. Los partidarios podrán atribuir el éxito de estos años a las políticas de Thatcher pero entonces tendrán que explicar qué pasó entre 1989 y 1992, años de recesión general pero en los que la economía británica sufrió mucho más que las otras. ¡Estamos igual de mal que antes de Thatcher!, podrán replicar los detractores, ¡hemos hecho un pan con unas tortas!. En efecto, si integramos los diferenciales de crecimiento de los 12 años de mandato de Thatcher, el resultado es ligeramente negativo.

Es a partir de 1993 cuando la economía británica cobra realmente impulso y se desmarca, en términos de crecimiento, de las economías de Alemania, Francia e Italia. Hasta 2005 se suceden 13 años consecutivos con crecimiento claramente superior al de esas otras economías europeas. Cuando llega la última gran crisis, en 2008, la economía británica mantiene el tipo y es capaz de no contraerse más que las otras economías europeas fuertes, contrariamente a lo que había sucedido en las recesiones anteriores. Aquí los partidarios querrán apuntarse el éxito, atribuyéndolo a las reformas impulsadas por Thatcher, que seguirían vigentes, incluso tras la entrada de los laboristas en el gobierno a partir de 1997. Los detractores podrán replicar, en cambio, que hizo falta que Margaret Thatcher renunciara para salir del callejón sin salida en el que había colocado a la economía británica a comienzos de la década de 1990. 

Así que, hasta aquí, el caso no está claro. No sé si para poner un poco de luz o para liar más las cosas voy a añadir otro ingrediente a la cuestión. La historia es esta: en 1975 Shell Oil y BP iniciaron la explotación de los yacimientos petrolíferos gigantes del Mar del Norte, descubiertos cinco años antes. Como consecuencia, la producción de petróleo del Reino Unido se disparó hasta el punto de que en 1980, con casi 1,7 millones de barriles diarios, superó por primera vez al consumo interior. A partir de ese momento, el Reino Unido se convertiría en exportador de petróleo. Mantuvo esa posición hasta 2005, año en el que la producción cayó de nuevo por debajo de los 1,7 millones de barriles debido al declive natural de los yacimientos. (No me resisto a hacer otro inciso: sí, los yacimientos de petróleo tienden a agotarse a medida que se explotan).

En los años buenos de producción de petróleo, las exportaciones rondaron el millón de barriles diarios. Los años buenos fueron casi todos menos los que van de 1989 a 1992, en los que la producción fue bastante más baja y apenas superó el consumo interno. Y aquí es donde esta historia engarza en el análisis: incidentalmente, los años buenos son casi los mismos que los años en los que la economía británica creció por encima de sus referentes continentales. Lo intento ilustrar con el gráfico 3 siguiente. Este es una versión del gráfico 2 en el que incorporo, en la escala de la derecha, el balance anual entre producción y consumo de petróleo en el Reino Unido. La relación entre crecimiento comparativo y balance de petróleo no es perfecta, pero sí, creo, suficientemente aparente como para tenerla en cuenta.

Gráfico 3. Diferencial de crecimiento anual de PIB entre el Reino Unido y las economías combinadas de Alemania, Francia e Italia (%, escala de la izquierda) y balance entre producción y consumo de petróleo en el Reino Unido (miles de barriles diarios, escala de la derecha). Se señalan en color verde los años del mandato de Margaret Thatcher: 1979 (desde mayo) a 1990 (hasta noviembre). 

En este punto el lector tal vez se pregunte si tratar de relacionar las exportaciones de petróleo con la prosperidad económica del Reino Unido no es ir demasiado lejos. Y es posible que tenga razón, pero a la vista de los datos no me parece tan lejos como tratar de relacionar la política de Margaret Thatcher con la prosperidad económica del Reino Unido. Exportar un millón de barriles diarios puede ser un muy buen negocio para la economía de un país. Cabe preguntarse si la economía británica, con Thatcher o sin Thatcher, habría exhibido esos periodos de mayor crecimiento comparativo si no hubiera dispuesto de la ventaja de la enorme producción de petróleo.

En fin, que el recurso a los datos no parece el más adecuado para sostener la tesis de que las recetas del thatcherismo llevaron la prosperidad económica al Reino Unido. Y menos aún las versiones más fuertes de la tesis que proponen que dichas recetas llevarían la prosperidad económica a cualquier sociedad que las aplicara y en cualquier circunstancia. Por supuesto esto no es óbice para que quien así lo prefiera recurra a los argumentos.

Fuentes:

Los datos de crecimiento económico con los que se han elaborado los gráficos se han obtenido de la base de datos del Banco Mundial disponible en:
Se trata los datos del indicador GDP growth (annual %).

La elección de Alemania, Francia e Italia como referencia no responde a ninguna otra razón que la expuesta en el artículo: son, junto con el Reino Unido, las cuatro economías más grandes de Europa Occidental. Formar un grupo con más países me hubiera llevado más trabajo, podría haberme dado problemas de homogeneidad (no todos los países tienen datos desde 1971 en la fuente consultada) y podría introducir distorsiones (Holanda, Dinamarca y Noruega también se benefician enormemente de la explotación de yacimientos fósiles en el Mar del Norte).

Los datos de producción y consumo de petróleo del Reino Unido que se han utilizado en el gráfico 3 proceden de BP 2012: BP Statistical Review of World energy 2012:
http://www.bp.com/sectionbodycopy.do?categoryId=7500&contentId=7068481
  

sábado, 16 de marzo de 2013

Nuestro cambio climático

En este artículo, y sin que sirva de precedente, me haré eco de una campaña de recogida de firmas por internet. No tengo nada claro hasta qué punto estas campañas contribuyen a lograr a los fines que promueven aunque últimamente plataformas como avaaz.org o change.org tienen cada vez más presencia y se atribuyen éxitos de lo más variopintos, desde detener la aprobación de una ley que propiciaría mayor deforestación en Amazonia hasta lograr una versión de twitter en gallego.

La campaña que voy a publicitar se llama Tu cambio climático y la promueve el profesor Ranga Myneni, de la Universidad de Boston (con el que no tengo nada que ver, por otra parte). Pretende reunir 1.000 millones de firmas, ¡1.000 millones!, para pedir al Secretario General de las Naciones Unidas que "obre juiciosa y rápidamente para proteger a la tierra del cambio climático provocado por el ser humano". Se puede encontrar aquí:

https://yourclimatechange.org/?lang=es

La campaña se abrió el 1 de marzo y se cerrará el 22 de abril de 2014, día de la Tierra. Cuando escribo estas líneas lleva poco más de 6.000 firmas, así que alcanzar el número de 1.000 millones parece un objetivo tremendamente ambicioso. Sin embargo, en lo que concierne al cambio climático se me hace que ya no nos podemos andar con chiquitas. Lo verdaderamente ambicioso es el objetivo último de la campaña: proteger la Tierra y, sobre todo, a nosotros que vivimos en ella de los efectos potencialmente devastadores del cambio climático que nosotros mismos estamos provocando. Y es que el cambio climático es de todos: todos contribuimos a provocarlo, todos vamos a sufrir sus perjuicios y sólo entre todos podemos abordar las soluciones. Ranga Myneni lo explica así:

"En la actualidad existen pruebas suficientes para afirmar que nuestra forma de vida está causando cambios artificiales en el clima. Somos colectivamente responsables de este daño y necesitamos solucionar el problema juntos. Se trata por lo tanto de TU CAMBIO CLIMÁTICO. Los científicos investigan desde hace 25 años los peligros del cambio climático e informan de ello a los gobernantes. Sin embargo no se han llevado a cabo medidas realmente eficaces para resolver este problema global que afecta a toda la vida sobre la Tierra."

Es innegable que hay enormes desequilibrios en el reparto tanto de las causas del cambio climático como de sus efectos potenciales. En general, los que vivimos en las sociedades con alto nivel de vida contribuimos desproporcionadamente más a las causas y también disponemos de más capacidad para protegernos de sus efectos perniciosos. Pero esto no niega en absoluto el carácter global del problema e incluso refuerza la necesidad de aunar las voluntades de todos para enfrentarlo.

Así que la machada de conseguir 1.000 millones de firmas, una por cada 7 habitantes del planeta, está en línea con la magnitud del problema. Supongamos que la campaña es un éxito. ¿Para qué podría servir? Bueno, quiero creer que reforzaría la posición de quienes, en los órganos de decisión política, están más dispuestos a tomarse en serio el problema y actuar. Pero sobre todo quiero creer que representaría una toma de conciencia global, una señal de que estamos dispuestos a enfrentar el desafío. Porque para enfrentar el desafío vamos a tener que asumir cambios que también nos van a afectar a todos, y naturalmente más a los que más estamos contribuyendo al problema.

¡Anímate y sé uno de los 1000.000.000 que vamos a firmar!
https://yourclimatechange.org/?lang=es